Muchas veces se habla de que los inventos más novedosos y que las primeras pruebas de lo que hoy día es lo más normal del mundo tiene una motivación bélica (conocidos son los casos de la telefonía móvil, el wi-fi o el bolígrafo).
Es curioso y significativo el hecho de que algo tan novedoso y tan útil a día de hoy, el libro electrónico, fuera primigeniamente inventado por una maestra española en los años 40. Se trata de Ángela Ruiz Robles, que veía como los niños tenían que llevar excesivo peso encima. Con su invento, la enciclopedia mecánica, estos podrían llevar en un cómodo y discreto maletín los conocimientos a clase en unas bobinas de papel, en lugar de los manuales normales. Se trataba de un recurso basado en imágenes y sonidos, que podía utilizarse en varios idiomas y hasta en la oscuridad. El nivel de interactividad del estudiante y el artefacto era tal que permitía la escritura, realizar cálculos matemáticos y aprender un sinfín más de materias en las bobinas intercambiables.
El ejemplo de esta mujer es más que loable, ya que en un tiempo en el que las mujeres no eran más que diligentes esposas, trabajadoras entre las peores labores urbanas o rurales o como mucho maestras o directoras de instituciones de enseñanza del régimen, hizo carrera como inventora, genio que se le acabó reconociendo de forma internacional con medallas en las Ferias y Exposiciones de Bruselas (1957, 1958 y 1963), Zaragoz
a (1957), Sevilla (1964) y Ginebra (1968).
Este invento por el que hoy se le honra, que probablemente podría haber caído en manos de los que finalmente lo desarrollaron a una escala más actual, nunca llegó a producirse en masa, ya que Ángela Ruiz Robles, a la espera de que el que inversor fuera patrio, y así poder ayudar a sus pupilos y a todos los del país, no dejó que su patente (la primera llevada cabo por una mujer en España) viajara al continente vecino, donde, con toda la seguridad del mundo habría sido recibido y aceptado por los intelectuales de la época. Si así hubiera sido estaríamos hablando de la leonesa que equipara a Alan Turing o a otras mentes bien pensantes y que tanta gloria reciben hoy día. Y no nos llamaría la atención este caso particular.
Pero lo pasado, pasado está. De ejemplos como este deberíamos aprender para no menospreciar aportaciones como la que podría haber sido esta para el desarrollo pedagógico de los años 50 y las generaciones futuras. Miremos con perspectiva y veamos que el mundo está lleno de gente cuyas ideas no llegan a despegar por falta de inversión, por falta de convicción o simple y llanamente, una altanería que nos hace creernos superiores y no ver que la idea del que tenemos a nuestro lado puede ser revolucionaria. Por sencilla que sea.
Os dejo un documental sobre este interesantísimo y genial invento: